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Las inteligencias artificiales urbanas, cada vez más numerosas y diversificadas, ¿están triunfando allí donde la smart city ha fracasado? Para Hubert Beroche, director del think tank Urban AI, aún falta entender su complejidad y singularidad, y organizar su gobernanza.

©ADI

¿Cómo se han desarrollado su reflexión y su actuación en el ámbito de la inteligencia artificial urbana?

Hubert Beroche. En 2019, emprendí una vuelta al mundo para conocer las aplicaciones de IA en los entornos urbanos. De este trabajo exploratorio, durante el cual estudié la realidad de los desarrollos de IA en doce ciudades de tres continentes distintos, extraje dos primeras conclusiones: la masificación y la diversificación de los desarrollos de IA.

En un primer momento, la inteligencia artificial en las ciudades se limitó a los proyectos de smart city. Después, en línea con ChatGPT y gracias a la reducción del coste de acceso a las tecnologías algorítmicas, sus aplicaciones proliferaron gradualmente gracias al impulso de múltiples actores.

¿Cómo definiría la inteligencia artificial urbana?

H.B. De esta primera doble constatación de proliferación y diversificación surgió otra más discriminante: la singularidad de la IA urbana. Las IA nacieron y se han desarrollado en entornos virtuales (redes sociales, plataformas de streaming…) o privados y cerrados (empresas, fábricas…). Por definición, la ciudad es un espacio físico y abierto. A diferencia de otras IA —estoy pensando, por ejemplo, en los algoritmos de trading o de recomendaciones en los sitios web de comercio electrónico—, la existencia de las IA urbanas implica materialidad, encarnación, un anclaje en el mundo físico y en la vida diaria. Los drones, los sensores, los terminales conectados… estos instrumentos utilizados para controlar, cartografiar y alimentar los sistemas son perfectamente visibles. De hecho, este elemento aparentemente simple —la fisicidad de las IA urbanas— tiene enormes repercusiones en el modo de desarrollar, gobernar e implementar estas tecnologías. Un solo ejemplo: un error de Waze puede provocar rápidamente un atasco de tráfico.

En este contexto, ¿en qué punto se encuentra el concepto de smart city?

H.B. La smart city no ha funcionado porque se ha topado con el rechazo de la ciudadanía, ya sea en forma de rechazo explícito o por la falta de apropiación de las aplicaciones. Y sin embargo, la narrativa en torno a la ciudad inteligente sigue estando de actualidad.

La narrativa en torno a la ciudad inteligente sigue estando de actualidad”.

Más concretamente, existen dos grandes relatos: uno impulsado por empresas de alta tecnología y agencias gubernamentales norteamericanas, que promueve una ciudad optimizada gracias a la tecnología y condiciona el bienestar de la ciudadanía al acceso a servicios que ofrecen principalmente actores privados. De todas formas, hay que señalar que este relato ha perdido mucha influencia desde el abandono del proyecto de Sidewalk Labs en Toronto.

¿Y el otro relato?

H.B. La otra visión es la que está intentando imponer China, la de un mundo centrado en la seguridad en el que las tecnologías urbanas son vehículos y reguladores del orden social y político.

Entre la visión norteamericana centrada en las soluciones tecnológicas y el relato chico basado en la seguridad tecnológica, debemos plantearnos varias cuestiones. ¿Qué relato podemos proponer como alternativa? ¿Qué IA queremos en y para nuestros entornos urbanos? ¿Qué IA queremos como sociedad? Es un tema que estamos investigando activamente en Urban AI y junto a varios socios internaciones con nuestro Observatorio Mundial de Relatos de la IA Urbana.

Precisamente, ¿qué respuesta puede darse a estas preguntas?

H.B. Antes que nada hay que entender qué es la IA urbana. Al contrario de lo que nos sugieren a menudo nuestras ideas preconcebidas, no se reduce a sensores por un lado y paneles de control por el otro. La IA urbana alimenta sistemas complejos, compuestos por múltiples capas, que gran diversidad de partes interesadas poseen y utilizan para servir a distintos intereses, a veces divergentes. Comprender la dimensión sistémica y la arquitectura de la IA urbana es un requisito previo indispensable para poder controlar y regular estas tecnologías.

¿La gobernanza no es fundamental en este caso?

H.B. Es crucial. Si queremos implementar políticas bien pensadas, que tengan en cuenta las culturas locales, se basen en visiones desarrolladas y movilicen recursos y competencias bien identificados, es imprescindible pensar en la gobernanza. La IA no es un fin en sí misma, sino que debe ser un instrumento al servicio de una visión y una acción políticas, de un contrato social urbano.

Actualmente, las IA se utilizan cada vez más a escala local en los ámbitos de la energía, la gestión de residuos y la arquitectura. Sirven para entender las dinámicas urbanas, cartografiar las movilidades y organizar los flujos logísticos. En definitiva, para optimizar la trama urbana. Pero todo ello supone involucrar, unir y organizar la participación y las funciones del máximo número posible de actores locales, públicos y privados, ciudadanos e industriales, en este desarrollo tecnológico.

¿No habría que establecer una serie de principios desde el diseño de las aplicaciones?

H.B. La presencia física de las IA urbanas no se tiene suficientemente en cuenta durante su diseño. Un ejemplo que a todo el mundo le puede resultar familiar: la omnipresencia de las pantallas de los smartphones. Estas interfaces han acaparado nuestra atención de tal manera que han escamoteado nuestra presencia en la ciudad.

Parecemos “smombies”, un término formado por la unión de las palabras smartphone y zombi. Este neologismo, que ocupa un lugar central en mi ensayo Smombies, la ville à l’épreuve des écrans(*), designa a los ciudadanos que miran constantemente su teléfono, cuando caminan, cuando conducen, hasta tal punto de sustraerse a las señales que les envía el entorno urbano. Sabemos que esta ceguera provoca numerosos accidentes. En Seúl, en el 61% de los accidentes de tráfico se ven involucrados peatones que están usando su smartphone. La ciudad ha acabado instalando en el suelo paneles LED sincronizados con los semáforos para enviar a los peatones la señal verde o roja sin que tengan necesidad de levantar la cabeza.

¿Cómo liberarse del monopolio de las pantallas?

H.B. Inventando otras materialidades para las IA urbanas y, en general, para todo lo digital. Cultivando alternativas a las pantallas. Se pueden utilizar paredes, luz, mobiliario urbano o superficies de agua para dar cabida a expresiones de IA más artísticas, poéticas, virtuosas y también frugales.

Tomemos como ejemplo la Nube Verde de Helsinki. Cada noche, durante una semana, se formó una nube verde sobre una central térmica de la capital finlandesa, resultado de una proyección láser sobre el vapor de agua emitido por la central. Cada día, el tamaño de la nube se ajustaba al consumo energético de los habitantes del barrio. Esta experiencia sensorial resultó virtuosa en más de un sentido: proporcionó datos de interés público en una superficie distinta a una pantalla, despertó curiosidad y asombro, y abrió numerosas oportunidades para el debate y el intercambio.


“Urbanizar la IA”

Urban AI aglutina un ecosistema internacional y una comunidad multidisciplinar. “Más que crear ciudades inteligentes, nuestro propósito es urbanizar la inteligencia artificial y dotar a los actores de las herramientas necesarias para lograrlo”, explica Hubert Beroche. Para ello, la organización elabora trabajos, libros blancos, informes de tendencias o análisis, para lo que cuenta con el apoyo de Leonard, la plataforma de prospectiva y aceleración de proyectos innovadores del Grupo VINCI. Urban AI también ofrece servicios de asesoramiento a actores urbanos y recientemente ha lanzado una plataforma de formación, la Urban AI Academy. Urban AI busca ser un espacio de intercambio y encuentro, “un lugar de debate que dé cabida a múltiples puntos de vista en torno a la IA y el futuro de las ciudades, un laboratorio de ideas que ayude a los ciudadanos, los decisores públicos y las empresas a adoptar la IA urbana”.


(*) Editions de l’Aube, 2025.

14/11/2025