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Dan Hill, urbanista de la agencia sueca de innovación Vinnova y al frente de la iniciativa Street Moves en Suecia, ha contado a The Agility Effect cómo aspira a transformar la ciudad a una escala hiperlocal, calle por calle, convirtiendo a sus habitantes en co-arquitectos del cambio.

¿Por qué defiende la idea de “ciudad del minuto” frente a la de “ciudad del cuarto de hora” promovida por otras metrópolis como París?

D.H. Yo no diría “frente a” … De hecho, la ciudad del cuarto de hora está formada por varias ciudades del minuto, del mismo modo que la ciudad está formada por cientos de ciudades del cuarto de hora. La ciudad del cuarto de hora está basada en la satisfacción de todas nuestras necesidades cotidianas en 15 minutos a pie o en bici y se extiende por una amplia superficie. No siempre permite mantener una relación significativa con nuestro barrio más inmediato, y cada barrio tiene unas características específicas.

Ahí es donde entra en juego la “ciudad del minuto” …

D.H. Sí, la ciudad del minuto es ese espacio con el que se mantiene una relación más íntima, el que está justo delante de la puerta de casa. Existe el riesgo de que la ciudad del cuarto de hora se convierta en una simple cuestión de planificación urbanística. Para crear un movimiento verdaderamente participativo, hay que establecer una relación de mayor inmediatez, y eso empieza en la calle. En ese sentido, se puede hablar con los ciudadanos de espacios concretos que se pueden imaginar.

Los habitantes están en el centro de la asimilación del cambio.

D.H. Así es. Pueden hablar entre ellos, ya sea con sus vecinos o con otros usuarios de la calle, sobre qué es la ciudad y cuál es su función dentro de ella. De este modo, se puede desarrollar una responsabilidad compartida sobre ese entorno, así como una verdadera apropiación del espacio. Esta forma de participación es clave para reinventar nuestras ciudades, permite situarse en el nivel más alto de la “escala de participación ciudadana” desarrollada por Sherry R. Arnstein(*). Es entonces cuando es posible abordar temas como los jardines compartidos o el uso común de infraestructuras en materia de energía, de agua, de gestión de residuos, de covivienda y de estructuras cooperativas, pero también de comercios y de espacios de trabajo independientes. Se acabó la planificación urbanística tecnocrática descendente.

La ciudad del minuto es ese espacio con el que se mantiene una relación más íntima: el que está justo delante de la puerta de casa.”

Con este tipo de enfoque, ¿no hay riesgo de falta de coherencia si se adopta un punto de vista que tenga en cuenta a un barrio en su totalidad o, de forma más amplia, a la ciudad?

D.H. En absoluto. La cuestión es saber qué debe ser “coherente” y qué no lo es. En algunas ciudades, hay cosas esenciales que son ineficaces o incoherentes. Toda la ingeniería (tuberías, cableado, redes…) tiene que ser coherente, pero ese no es el fin último de las ciudades. Una ciudad es, en primer lugar, una cultura: convivencia, comunidades, comercios, etc. Evidentemente, determinados servicios, como los trenes, el metro, los autobuses, los sistemas de pago…, tienen que organizarse de forma coherente a gran escala. Pero no eso no es lo difícil, porque sabemos hacerlo. Lo que es más complicado es tener lugares, culturas y tomas de decisiones diversificados a nivel hiperlocal, y agregar todo eso para crear algo más grande que la mera suma de las partes o, en otras palabras, una ciudad.

Ese es el objetivo fundamental de la ciudad del minuto…

D.H. Exactamente. El enfoque de la ciudad del minuto plantea ese tipo de cuestiones. Una forma de tecnología más avanzada –distribuida, descentralizada, adaptativa, modular, ligera– puede dar coherencia a elementos más pequeños, conectados de manera ágil. No necesitamos sistemas pesados y centralizados. Ha llegado la hora de una nueva generación de infraestructuras que se inspire en una concepción “más humana”, basada en sistemas cooperativos y en un uso contemporáneo de las redes. Esto va a permitir disponer de lugares completamente distintos, totalmente participativos, contando a la vez con sistemas coherentes a mayor escala según las necesidades.

¿Cuáles son actualmente los grandes hitos del proyecto Street Moves?

D.H. Es sencillo describir un prototipo de transformación de calles que empiece localmente, a escala de una calle concreta, y que tenga vocación de transformar todas las calles del país. En cambio, hacer que el proyecto avance y llevarlo a buen puerto no es nada fácil. Este tipo de iniciativa recurre generalmente a la dinámica del urbanismo táctico, ¡con técnicas casi propias del activismo!

Aquí, en Suecia, Street Moves está financiado por el Gobierno, con la participación de varias administraciones locales y empresas como Volvo y Voi [servicio de motos compartidas]. Hemos demostrado, por ejemplo, que los alumnos de las escuelas podían reinventar una calle con un porcentaje de aprobación del 70% de los habitantes en lo que respecta a la supresión de plazas de aparcamiento y su sustitución por equipamientos de madera modulares y adaptables, con areneros, vegetación y espacios sociales. Conseguir que el Gobierno trabaje de esta forma ya es un paso adelante. Aunque sea un paso pequeño, sirve de ejemplo y demuestra que se pueden superar otras etapas. Esto genera optimismo, lo cual ya es un logro importante.

 

(*) La consultora estadounidense Sherry R. Arnstein distinguió en 1969 ocho niveles de participación de los ciudadanos en los proyectos que los afectan (“A Ladder of Citizen Participation”).

 

14/10/2021