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La luz artificial es vital para la actividad humana pero perjudica la biodiversidad. Para reducir su impacto en la fauna y la flora, debemos adoptar las últimas tecnologías, que regulan la iluminación nocturna en función de las necesidades y permiten optimizar el consumo energético.

@Xavier Boymond

Un peligro para la fauna y la flora

La disminución de la biodiversidad se suele atribuir al calentamiento global y rara vez a la contaminación lumínica, que hasta hace poco ha sido una gran desconocida para el público general. No obstante, el uso masivo de luz artificial representa una amenaza real para el ecosistema. Durante los últimos años se ha reconocido este problema, que recogen varios estudios sobre los efectos de la iluminación nocturna. La conclusión es preocupante: la luz artificial interfiere en los ciclos de reproducción y de migración de la fauna, formada por un 30% de vertebrados y un 60% de invertebrados nocturnos, al desorientar el vuelo de los insectos e impedir que las especies predadoras puedan cazar.

La incidencia de la luz artificial es todavía mayor en la flora, ya que acelera la brotación de las flores, que crecen por fotosíntesis. Los estudios también constatan un aumento de la mortalidad de algunas especies polinizadoras, como las abejas, cuya inquietante disminución han recogido los medios de comunicación. Aunque estos efectos puedan parecer anecdóticos, lo cierto es que desequilibran todo el ecosistema, del que los seres humanos forman parte. De hecho, las personas también sufren las consecuencias de la sobreexposición a la luz, que altera el ritmo cardíaco y conlleva una menor calidad del sueño, problemas de atención y desajustes hormonales.

Hacia la iluminación inteligente

En las zonas urbanas afectadas por este tipo de contaminación, se han adoptado varias medidas con el fin de conciliar la actividad humana, que depende de la luz, y la biodiversidad. En primer lugar, la aparición de una nueva generación de dispositivos ha permitido dirigir mejor los haces de luz a las carreteras y los usuarios, reduciendo así la emisión de luz hacia el cielo. En segundo lugar, la irrupción de la iluminación LED ha comportado una mejora en la eficiencia energética y una reducción del despilfarro de energía. Finalmente, gracias a la « temperatura de color », se ha descubierto que las luces demasiado blancas son más dañinas, por lo que los dispositivos más modernos presentan tonos más cálidos y amarillentos.

En cualquier caso, optimizar la iluminación nocturna implica en primer lugar adaptarla a la actividad humana: en una tarde de invierno, la demanda de luz artificial es mucho mayor que a la misma hora en verano. Una solución sostenible consiste en regular la iluminación según las necesidades: es la smart lighting, una iluminación inteligente, autónoma, capaz de detectar si se aproxima un peatón o un coche para modificar el nivel de luz del 10% al 100%. Esta política de gradación empieza a formar parte de los proyectos de obras públicas, y aunque su coste es más elevado que la iluminación estándar, el gasto inicial se amortiza rápidamente por el ahorro de energía.

Promover la concertación entre actores públicos y privados

Quizás solo sea la excepción que confirma la regla, pero los sistemas de iluminación regulados tienen el mérito de ser más eficientes y más ecológicos. Las empresas se han dado cuenta de ello, y cada vez se decantan más por la detección de presencia en los contratos de iluminación.

No obstante, para que estas medidas tengan una incidencia en la comunidad, deben contar con la implicación de los actores públicos. Esto es justamente lo que están haciendo algunas ciudades al establecer tramas (o cinturones) verdes y azules, zonas donde la iluminación es menor con el fin de preservar la biodiversidad. La ciudad de Niort, capital francesa de la biodiversidad en 2013, incluso prevé delimitar una trama negra, sin iluminación artificial, en su futuro plan de alumbrado.

Esta concienciación sobre el impacto de la planificación urbanística en la biodiversidad se debe en gran medida a la interacción entre actores públicos (autoridades locales) y privados (empresas de iluminación) en espacios de concertación como la Asociación Francesa de la Iluminación (AFE) o el Cluster Lumière de Lyon. La verdad es que la mejor manera de reducir la contaminación lumínica es a través de la acción legislativa. Aunque las leyes medioambientales han incorporado recomendaciones ligadas a la iluminación, todavía falta un componente vinculante para que sean verdaderamente efectivas.

Si bien no se trata de suprimir por completo la iluminación artificial, hay que llegar a un compromiso entre mantener la actividad humana y reducir la contaminación lumínica. Hoy en día, las nuevas tecnologías permiten disminuir el impacto de la iluminación en la biodiversidad y, a su vez, optimizar el consumo de energía. Para ello, los actores públicos y privados deben entender que recuperarán la inversión y que contribuirán a garantizar la preservación del ecosistema en el que vive el ser humano.

 

17/09/2018

Xavier Albouy, directeur VINCI Energies

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